Cuando despertó, la universidad seguía allí

Por Miguel Carvajal — 21/09/2012

Hace un par de meses la Universidad de Georgetown en Estados Unidos publicó un estudio sobre las carreras que generaban mejores salarios y mayores índices de empleabilidad entre recién graduados. Más allá de los resultados, que darían para otra reflexión, la decisión de pagar por una Universidad particular se medía en términos de inversión. La conclusión fundamental era, por supuesto, que es rentable estudiar una carrera, pero más si se elige bien dónde y qué.

En tiempos de recesión existe el riesgo de analizar todo con una visión economicista. La universidad no es ajena a esa epidemia que pone el afán económico por encima de los aspectos morales, éticos o culturales. El primer efecto de esa visión consiste en medir la rentabilidad de algunas carreras en función de la demanda de estudiantes. O peor aun, en función del empleo conseguido. 

La tasa de abandono escolar ha caído en España principalmente por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. El trabajo y el dinero provocaron que muchos estudiantes cambiaran las mochilas por agendas o capazos. Economicismo encarnado en la juventud. Los datos dicen que tener un título, graduarse, garantiza mejores expectativas laborales. Pero, ¿importan esos datos? 

La Universidad no debe convertirse en una agencia de trabajo. Es relevante firmar convenios con empresas, acuerdos de prácticas, acercarse a la industria. Pero si la Universidad se obceca con el empleo y la empresa, se empequeñece, pierde perspectiva y dilapida su caudal clave, el conocimiento. La Universidad es un espacio privilegiado para investigar, aprender y experimentar. En las aulas deben tenderse puentes entre lo clásico y las vanguardias. 

La Universidad debe tener títulos especializados, sí, pero nunca puede prescindir de los fundamentos de las ciencias y de los aspectos humanísticos, sobre los que gira el verdadero éxito de una sociedad. Por supuesto que deben formarse técnicos, pero sería mejor si los que estudian y enseñan son quienes diseñan las herramientas y lenguajes que usarán otros técnicos. En ese magma de fundamentos, vanguardias y diálogo con la empresa, la Universidad es creativa, innovadora y provoca una rentabilidad humana de un valor incalculable. 

Por eso, parece arriesgado que la decisión sobre qué carrera estudiar o sobre qué estudios ofertar descanse solo en criterios de empleo y salario. Ese reduccionismo achata el futuro de la universidad, limita la creatividad y la verdadera innovación. Eso que los anglosajones llaman pensar out of the box, salir de los límites y problemas cotidianos para encontrar soluciones realmente distintas, solamente se consigue en un espacio creativo, apoyado en la investigación y abierto a la industria. 

Lo dijo Steve Jobs, fundador de Apple, cuando le nombraron doctor honoris causa de la Universidad de Stanford en 2005: “El trabajo llenará gran parte de vuestras vidas y la única manera de sentirse realmente satisfecho es hacer aquello que creéis que es un gran trabajo. Y la única forma de hacer un gran trabajo es amar lo que se hace”.