El País y la traición a los principios

Por Miguel Carvajal — 15/11/2012

Son tiempos duros para la sociedad española y para la prensa en particular. Hace una semana El País despidió a 127 periodistas tras un mes de duras negociaciones donde finalmente se impuso el criterio economicista de Juan Luis Cebrián, presidente de Prisa. Con unas ganancias personales de 13 millones de euros, el directivo pasó por el rodillo de la austeridad a un tercio de su plantilla. La falta de coherencia en el planteamiento del magnate, antes líder de la izquierda ilustrada española, deja en suspense el futuro de la gran marca de la prensa desde la Transición. 

Este último acontecimiento es el lógico final a un proceso de contaminación constante. El País, como la mayor parte de la prensa española, traicionó sus principios de una forma lenta y silenciosa, como las peores infidelidades. El fotoperiodista Gervasió Sánchez recordó en las redes sociales que un diario es independiente de verdad cuando investiga a sus amigos y cuando su comité de redacción critica “las relaciones impúdicas con el poder político y económico”. Ahora todo es dolor y llanto por la pérdida de los puestos de trabajo, pero “la autocrítica brilla por su ausencia” cuando se está bien pagado.

Es duro reconocerlo, pero las alertas debieron saltar hace décadas en las redacciones de los diarios españoles. “Hubo muchos momentos para defender el periodismo y pocos lo hicieron”, escribe Sánchez a Mónica García Prieto, otra gran periodista. La prensa ha estado enfangada con el poder económico y político como lo habría estado cualquiera, es lo fácil. Lo difícil es ser íntegro, buen profesional. Por eso, la pérdida de lectores y compradores es solo un síntoma, no la causa, de una enfermedad profunda. El País, que fue una gran marca, sufre ahora esa crisis de identidad, mejor dicho, de identificación entre redactores, editores y lectores

La solución para estos gigantes con pies de barro no es apostar por el low-cost, por el ajuste radical, sino recuperar el valor de marca siendo buenos, no solo pareciéndolo. Cuentan todavía con periodistas solventes, que los empeñen en campañas radicales, mediante un trabajo exhaustivo, de control del poder. Que depuren sus páginas de publicidad encubierta o de tribunas hipotecadas por el acreedor, como esta de hoy con Emilio Botín. Quizá la solución sea volver a nacer, ser independiente y pequeño, vivir de alquiler, sin alforjas, con ganas de ofrecer periodismo de calidad, como hacen esos emprendendores que sirven a una comunidad de lectores de manera fiel (Panenka, Jotdown, FroteraDLibros del KO o eCícero) y que publican crónicas, reportajes y entrevistas sobre temas que las agendas de los medios ignoran con frecuencia.